miércoles, 10 de agosto de 2011

DE MADRUGADA O BUSCO UN COLOR

Mientras tanto intento, sólo intento, pintar con letras. Dibujar rastros de historias y rostros de una realidad paralela, tácita pero intangible, tan de otros pero tan mía.
Escribo encima de los ojos del que observa, pinto sobre la piel del que siente, armo y desarmo, construyo y deconstruyo mientras me reconstruyo en letras y en la escena. Miro el teatro de la vida misma que me parece tan ajena. Doblo las esquinas de las páginas que antes han sido dobladas por alguien que soñó igual que yo, sintió igual que yo, dobladas por aquel que atravesó un instante mis instantes.
Me doblo yo y me marco y me esquino y me quemo y me redoblo y envejezco aunque no quiera.
Conservo la esperanza de la alquimia y difumino la inocencia del amor, me envanezco y me desvanezco y a ratos dejo de ser cuerpo o imagen, a ratos ni semejanza.
Mezclo en mi paleta las distintas tintas, los licores ajenos, las escencias marchitas, las canciones añejas, la sangre endurecida, las lágrimas viejas y las miradas tibias para ver si descubro un nuevo tono, un color menos sobrio al de las letras y aún más íntimo, más brillante al de la prosa y más sincero que el verso, un color más intenso, menos de otros, más terso, más vivo entre los vivos, un color más parecido al aquí y al nosotros, al tú y yo más de fondo que de forma.
Busco la verdad sobre la verdad misma. Busco la vida en vida y al amor en el amor... pero mientras, yo sigo siendo consonante o vocal, según mi humor, sigo siendo un después, un tal vez, un viaje del héroe, una ficción.

Daniel M. Cervantes
2011

martes, 2 de agosto de 2011

EL SILLÓN


Aquella noche tuve un espasmo repentino en el sillón donde solía recostarme las noches de domingo.
Ese sillón había sido por años un puente espacio-temporal que enlazaba las últimas horas del domingo con las primeras horas del lunes, que son a mi juicio y hasta la fecha las más complicadas de sobre llevar, y hacía más corto el viaje que habría de emprender hasta mi cama en altas horas de la madrugada.
En pocas palabras aquel sillón que se encontraba en el cuarto de televisión, adquiría un carácter relajado y flexible que contrastaba con la personalidad rígida y formal que mi cama cobraba las noches de domingo; simplemente hacía menos difíciles mis transiciones semanales, por tanto, y sin contar las veces que fue testigo de mis citas y recinto de mis pasiones so pretexto de ver películas, no considero necesario mencionar cuánto lo estimaba.

Tuve ese espasmo abrupto esa noche y sentí el corazón acelerado, como cuando uno se despierta después de haber tenido pesadillas o cuando se tienen temperaturas muy altas, pero no estaba seguro de haberme quedado dormido ni de haber sufrido otros síntomas de una fiebre alucinatoria, lo que era una certeza es que tenía la extraña sensación de haber vivido toda una vida arriba de aquel sillón y una notable confusión sobre mi propia identidad y aquello que me definía como hombre. No recordaba el color de mi cabello por ejemplo, ni los olores más que el olor a café, ni lo más profundo de mi vocación o los nombres de mis viejos amores, es más, no podía recordar si tenía familia si quiera o las habilidades que me caracterizaban; me preocupaba que el desvanecimiento de mi imagen de mí sobre mí mismo, quiero decir, de mi identidad o lo que yo había constituido como mi identidad era notablemente veloz, cada segundo que pasaba recordaba menos de mí.
Así que me dispuse a buscar las fotografías, que seguramente tenía sobre los muebles de mi recámara o en una caja bajo la cama, y las cartas y recuerdos que cualquier hombre guarda en el cajón del buró o en su defecto en el de los calzones, incluso, sí  en algún momento me había pasado de extravagante, quizás tendría un diario que me hablara de mí y de mis amantes. Sin embargo, mi impulso fue cortado de tajo, difícilmente podía mover las piernas o los brazos como si en mis venas hubiera dejado de circular la sangre pero en mi pecho los golpes de mis latidos eran macizos y contundentes - al menos no estoy muerto - pensé, y sentí algo de alivio en ello.

En seguida mis ojos se aseguraron primero de no estar cerrados ante la posibilidad de estar soñando, luego, mis globos oculares pasearon circularmente tratando de encontrar vestigios oníricos en algún sitio, cualquier indicio de realidad subconsciente o cualquier quebranto a las leyes naturales de la física hubiera bastado para mi tranquilidad: un gato caminando por el techo, el nacimiento de una ola gigantesca, un baño sin paredes imposible de usar, el borde de un abismo invitándome a caer, pero no, únicamente podía ver con decepción las mismas paredes grisáceas de mi casa, la puerta de acceso al baño principal, la televisión de cuarenta pulgadas, el pasillo que lleva al recibidor por un lado y al desayunador por otro, la puerta de mi recámara, los dibujos enmarcados, el librero y el reloj de pared.
La lógica, si es que existe, indicaba que definitivamente todo aquello no era parte de un sueño, yo estaba más despierto que nunca.

Traté de conservar la cabeza fría para no desequilibrar más mi psique que de por sí ya estaba en tela de juicio. La pérdida de identidad no me preocupaba tanto como las carentes facultades motrices, finalmente los otros lo ven a uno como se les antoja verlo sin importar cuánto empeño y esfuerzo se haya gastado para forjar una personalidad medianamente definida, y en cuanto a los recuerdos desaparecidos me fui haciendo a la idea, pues seguramente no eran más que amarres y ataduras a un pasado añejo y quizás podrido; en cambio la inmovilidad sí era un verdadero problema pues pensaba en aquel momento que yo tenía necesidades más básicas como comer o fumar o ir al baño, necesidades que no podría satisfacer de quedar completamente inmóvil - ¡fumar, ya decía yo que una adicción no se pierde con tanta facilidad! – me dije con voz temblorosa y al mismo tiempo orgullosa por no haber perdido todo de mí, o no aún.
-  Además - pensaba - con el tiempo encontraré nuevos gustos y habilidades, tal vez pintar o construir puentes o escribir y seguramente elegiré un buen nombre según lo que haga ¡pero no podré realizar nada nuevo sin moverme! –
Así que clamé por ayuda, grité y grité hasta cansarme sin que nadie a la redonda diera señales de escucha o me socorriera.
Después de un rato, ya más tranquilo y más cansado de forcejear y de luchar conmigo mismo, observé de nuevo el panorama, era igual. Pero al observarme a mí, vi algo en mis ropas que no había visto, para empezar me cubrían desde los pies hasta mis brazos y lo que alcanzaba a ver de mi pecho, no había nada de piel a la vista y lo más curioso es que tenían un diseño idéntico al tapiz del sillón.

Sorprendido, me quedé en absoluto silencio durante varios minutos, tal vez horas o días.
De pronto ya no recuerdo más el olor a café que era lo único, lo último que me ligaba con lo humano. Al fin soy yo mismo sin más. Un sillón que soñó ser un hombre que vivió una vida que olvidó.





Daniel M. Cervantes
2011