Ya no te cargo en la espalda ni te tengo en el pie izquierdo. No te has metido en mi almohada, no te llevo en el hombro ni te tengo en las palmas, no estás en las pantorrillas ni en los codos, ni has venido a mis lecturas de noche. Ya no te veo con el sol de domingo ni te he buscado, como antes, en los charcos que se forman los días grises.
Ya no estás en la repisa y te quité del buró.
No estás ni en mis rodillas ni en mis lagrimales ni estás en cada esquina del cuarto ni te tengo en la comisura de los labios. Ya no te llevo, como antes, a todas partes, ni te traigo en el pecho ni estás en la frente.
Ya no estás en mi desayuno ni te cargo en mi invierno. No te tengo en el balcón ni estás ya en el estómago. Ya no eres luna, no eres noche, no eres país ni fuego, no eres tierra o lamento. Ya no te llevo.
No estás ni en el ombligo ni en la oreja.
Ya no te metes por la garganta con el café ni apareces en el humo de mi cigarro.
Ya no vienes a mi sonrisa aunque mi sonrisa venga. Ya no estás en mi llanto aunque lo tenga.
Dejé de escurrirte hace tiempo y también dejé de sudarte. Ya no te cargo en los párpados. Ya no te llevo en la punta de mis dedos. Ya no estás en otras bocas ni en los ojos ajenos y dejé de buscarte entre las sábanas. Ya no vienes ni a mis libros ni a mis sueños. Ya no eres adjetivo ni eres verbo. Ya no eres selva, no eres desierto, no eres raíz ni tiempo, no eres lágrima o cielo. Ya no te llevo.
Pero a veces, de cuando en cuando... todavía te recuerdo.
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