Él tomó su taza de café y mientras sorbía miró el polvo que se levanta con el aire (o con la vida), los ojos le ardieron, como arden las entrañas cuando se les revuelve el polvo. Esta vez ni el cigarro ni el café ni el pan con mantequilla, esta vez nada saciaba sus ganas y hasta dejó de reconocer el lugar en donde estaba. Para ese momento había olvidado su historia, el olor del perfume de su madre, el color de su casa y hasta su propio nombre, se había perdido en esa gigantesca nube de polvo que da lo mismo explicar si estaba afuera o en la garganta.
Entonces recordó que esa misma mañana, más temprano, lo había despertado un "te amo", no recordaba su nombre pero supo en ese momento el camino de regreso a casa.
DANIEL M. CERVANTES
2011
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